jueves, 27 de enero de 2005

Congelaína...

Escribo, como todos ustedes ya sabrán (o no) invariablemente sentada frente a la misma ventana.

Tengo un lindo ordenador-portátil-regalo-de-aniversario y una mesa de madera de verdad que, a pesar de ser enoooorme, siempre está sepultada por múltiples cosas. Cosas que deberían ubicarse en otra suerte de receptáculos convenientemente prescritos, a saber: un archivador de revistas del siglo pasado, la vitrina de un museo arqueológico -sección minerales y fósiles-, una caja fuerte para alejar las armas de fuego de manos inexpertas, el puesto de un mercadillo ambulante de tecnologías obsoletas, la U.V.I. del jardín botánico, la orilla del mismo mar de todos los veranos, y finalmente, el expositor tamaño trailer de la juguetería más prestigiosa de la ciudad. Y es que “no entiendo cómo puedes acumular tantísimas cosas”, dice ella, (y hay sobre su mesa hasta una lata de fabada Litoral… en fin…) 
Lo que hasta ahora nunca he dicho es que, esta ventana mía con montañas en perspectiva, protagonista infalible de mis composiciones paisajísticas, además de ser testigo sin voz de mis gritos sigilosos, es una antigüedad agrietada que me está jodiendo la vida. 
Me explico. 
La ventanita de mis demonios tiene fisuras. Esto, que puede parecer congénito a todas las cosas y circunstancias y ánimos y seres y demás, es muy poco conveniente cuando la temperatura exterior no sube de los tres grados centígrados. Y se vuelve del todo inadecuado cuando debajo de mi enooorme mesa demaderadeverdad se encuentra el único radiador de la habitación que ocupo. 
Hagan su propia composición: estoy textualmente cocida de cintura para abajo y literalmente congelada de ahí hacia arriba. 
Ya, puede resultar jocoso pero para mí NO LO ES. Porque con el calentón inferior intento contrarrestar la heladera superior, me paso el rato con las manos entre las piernas y así, ¿qué pretenden, que escriba? 
Lo peor de todo es que esta situación se puede extra-polar (ártica o antárticamente) al resto de mi atribulada existencia. 
Cabeza fría, culo caliente. 
(No sé cómo interpretar todo esto, la verdad.) (¡Atchúúús!) (Disculpen)

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