jueves, 31 de marzo de 2005

En un cuaderno...

Intento recuperar mi caligrafía diminuta.
Más aún: intento cultivar las minúsculas que abandoné en el colegio de monjas; no recuerdo en qué momento ni por qué motivo decidí que ya sólo trazaría letras grandes, uniformes y poco curvadas. Terrible.
Una de las inefables terapias a las que he pensado someterme es precisamente la grafología. Y bueno, es inviable, porque ya no sé escribir con otra herramienta que no sea un teclado (quizás podría cincelar alguna pequeña palabra en lengua de signos, pero a veces me duelen las manos y la ausencia de caricias: tampoco mis dedos saben hablar como antes).
Y sin embargo, milagros de la primavera, tengo un cuaderno -todo es posible.
Mi letra manuscrita es un engrudo sepia de insectos empeñándose en desfilar ordenadamente: hormigas acuáticas con alas en vez de aletas, componiendo un cardumen volador que salta de una página a otra sin escrúpulos ni vértigo ni contemplaciones.
Es así.

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