viernes, 27 de julio de 2001

Recuperando puzzles de verano (27 de julio, dosmiluno)

Comienza el verano, de este lado del mundo; millones de personas más allá sacan de sus armarios las ropas de invierno, entre cataratas e iguanas, sin huelgas de controladores aéreos ni listas interminables de medicamentos para prevenir hipotéticas intoxicaciones por ardores egipcios o aguas sin potabilizar. Porque aquí el calor no es tanto, “no es el vino, es la sangre”, lo que altera nuestros sueños y el ritmo mal aprendido de las palabras en mitad de una noche, son las vueltas en la cama de la niña que tropieza con los hilos de su cometa, el eco mudo de la risa de dios, al fondo siempre, la condensa sangrienta contemplándose en el espejo de la melancolía, con sus joyas a cuestas, pesadas como el lastre de los malos recuerdos, un rosario de perlas para encadenar a la princesa que baila al son de los tambores, txalaparta y darbuka adelantando camiones en la autopista. Y las montañas allá a lo lejos.
Colgada de la aguja más alta de la catedral: hasta aquí llega el olor de las morcillas, mañana vuelvo a las algas y al tofu, al rito macrobiótico y al rebirthding, mañana te buscaré de nuevo. Mientras mamá sigue tomando el sol en la tumbona, el placer de las cosas simples, aliñadas con mucho cloro: azul de piscina privada, “no es desconfianza por lo que dudaba de tus historias: tus palabras son sólo una voz al otro lado de no sé aún qué. Y probablemente, nunca lo sepamos. Ni tú ni yo iremos más allá...” Y esa moto reluciente que sigue adelantando camiones, ¿pensando en qué, cuando miras al cielo? Pensando en el trabajo perdido, en la habitación lúgubre en la que nadie te ha visto nunca dormir, en ese guión que aún no escribiste. Una copa para olvidar en el ánfora de los encuentros, tomates secados al sol en la espera eterna, casa-de-luna, una dirección que nadie habita. “O Fortuna, / velut Luna / statu variabilis, / semper crescis / aut decrescis; / vita detestabilis...” y, jajajaja, la botella de Juve i Camps en la mochila y mi frigorífico premiado en una exposición de arte minimalista, más risas. La alegría de descubrir en la multitud una voz conocida, recoge en la taquilla del teatro las invitaciones, están a tu nombre. La sorpresa de adivinar el número de la habitación del Hotel Wellington en el que tienes hecha la reserva durante tu estancia de incógnito en la capital de los horrores, bajo ese nombre inventado en honor a una virgen de Jaén, qué poco sé de vírgenes, en fin. Este verano a punto de derretir definitivamente las ganas de volar, con esas alas de cera en las espaldas del hijo de Dédalo, pegadas como una sombra bañada en almíbar, ¿o era ese dulce asturiano de nombre impronunciable? En cualquier caso, el guión se quedó enganchado en una esquina afilada del tiempo: la estación de tren paralizada entre tus dientes, interior, noche, plano corto sobre el vigilante nocturno con cara de pocos amigos, esperando un café que nadie se decide a servirle, porque igual muerde. Y fuera está lloviendo: una tormenta estival que ha arruinado el pasacalles contratado por el ayuntamiento en fiestas. Hoy no hay función, ni cine de verano. No hay nada. Agua que se desborda y la urgencia de marcar el número de asistencia 24 h. de Noé, Emergencias Acuáticas y Catástrofes Asociadas & co. ¿O era mejor buscar refugio en el karaoke de Santander, también abierto veinticuatro horas al día, y cantar a Nino Bravo? “Arriesgas, ganas. Arriesgas, pierdes. Lo que arriesgas es la medida de lo que vales... Entre el deseo y el miedo, entre la congelación y el deshielo”. Pollo asado en honor a Napoleón, que hizo venir al Papa desde la Ciudad Santa para que le coronara y, en el último momento, tomó la corona entre sus manos y se la colocó él mismo en la cabeza. “Es extraño estar dominado por un apetito”
Feliz verano, eso sí. Nos lo merecemos...


1 comentario

Elena Netalga dijo...

La condensa sangrienta, ajajajajajajaja.
Todo condensado, es i-le-gi-ble.
Críptico.
Insoportable.