jueves, 10 de marzo de 2016

Episodio 1: La vida sigue igual



Hasta los dieciocho años, M. vivió interna en el orfanato religioso donde fue abandonada al nacer: una institución establecida para rectificar los errores intolerables en aquella época, que educaba bajo el rigor de Dios y la firmeza del franquismo a las hijas de mujeres descarriadas.
Prostitutas, republicanas encarceladas, madres solteras y vergüenzas similares.
Ninguna de aquellas niñas uniformadas disponía de medios para cuestionar la validez del sistema, ni tiempo ni ganas. Estaban más bien ocupadas en combatir algo de frío, un poco de hambre y, suponemos, mucho desamparo.
Pero no era todo terrible, también tenían un patio con árboles y columpios, y algunas de las monjas eran hasta cariñosas.

M. salió del colegio sin saber absolutamente nada del mundo ni de la vida, y con unos muy decorosos conocimientos que le permitieron desempeñarse como secretaria respetable, perfecta mecanógrafa y taquígrafa excepcional.
Además, aprendió rápidamente a maquillarse siguiendo los excesos de la moda de los años setenta. Y fue descubriendo, con la misma rapidez, los encantos de una libertad hasta entonces desconocida. Por ejemplo, el placer de caminar en ropa interior por la casa en la que le alquilaban una habitación, siempre que no hubiera nadie más en ella, claro está. Ocasiones que aprovechaba también para curiosear en los cuartos ajenos, y de paso, ponerse el perfume de una de sus compañeras de piso, o tomar prestados algunos cigarrillos de la patrona.
También supo de manera veloz y resuelta cómo relacionarse con los hombres, una parte de la humanidad hasta entonces representada apenas por curas y médicos, cuyo atractivo aún no tenía muy claro, pero que le permitía resolver ciertas incomodidades relacionadas con la soledad y la necesidad de aceptación social. Y personal: M. intuía que determinados encantos podían ser la llave que le abriera las puertas de La Aprobación, ahora que al fin tenía, no sólo la oportunidad, sino la obligación de dar forma a su vida.

Y a ello se disponía, atravesando el pasillo semidesnuda sobre unos tacones inverosímiles, camino del baño compartido, dónde encendió la radio justo antes de comenzar a depilarse las cejas. La Cadena Ser comunicaba la noticia de la boda de Julio Iglesias con Isabel Preysler, y el locutor aprovechaba fragmentos del exitoso tema del cantante, La vida sigue igual, para improvisar chistes sin ninguna gracia.

El famoso matrimonio duró siete años.

M. se quedó embarazada esa misma noche y jamás volvieron a crecerle las cejas.

2 comentarios

Paola Vaggio dijo...

Queremos saber más. Queremos el segundo capítulo.

Elena Netalga dijo...

¿Seguro? Naaaah. ¿Sí? No sé, no sé...
;-)