miércoles, 27 de mayo de 2009

Hay muchos y grandes motivos para resistirse al lenguaje, y uno de ellos es el amor

El patio común

"La invitación era la imagen de una ballena. Era una ballena auténtica, una fotografía de una ballena de verdad. Examiné sus diminutos y sabios ojos y me pregunté dónde se encontraría en aquel momento. ¿Estaría viva y nadando, o habría muerto hacía ya mucho tiempo, o se encontraría moribunda en ese preciso instante? Cuando muere una ballena, va cayendo al fondo del mar muy lentamente, y tarda un día entero en hacerlo. Los demás peces la ven caer, como si fuera una estatua gigante o un edificio, pero lentamente, muy lentamente. Centré mi atención en aquel ojo. Trataba de meterme en su interior, de llegar hasta la ballena de verdad, la ballena moribunda, y susurré: No es culpa tuya."

Fue un gesto romántico

"Le acaricié la espalda. Dejé de hacerlo porque me dio la impresión de que aquello podía ser un exceso de confianza, pero entonces mi actitud me resultó muy fría, así que le palmeé el hombro, lo que implicaba que sólo tenía contacto físico con ella durante un tercio del tiempo. Durante las otras dos terceras partes, mi mano se acercaba a ella o se alejaba de ella. Cuanto más le palmeaba el hombro, más difícil me resultaba hacerlo. Era demasiado consciente de los intervalos entre las palmaditas y no lograba encontrar un ritmo que resultase natural. Me sentía como si estuviese tocando unas congas, y entonces, en cuanto caí en la cuenta de eso, me resultó inevitable marcar un pequeño chachachá, y Teresa rompió a llorar."

El niño de Lam Kiem

"Volvimos a la puerta principal porque me dijo que tenía que irse. Lo dijo con un tono de disculpa, como si yo no pudiese vivir sin él. Le comenté que era lo mejor, porque yo tenía muchísimo que hacer. Cuando dije «muchísimo que hacer», hice un movimiento expansivo con las manos para indicarle todas las cosas que tenía que hacer. Miró con fijeza el espacio que había entre la palma de mis manos y me preguntó si tocaba el acordeón. Podía presentir el acordeón entre mis manos y, a la vez, presentía lo impresionado que se quedaría si mi respuesta fuese afirmativa. Le contesté que no, y un cojín del sofá se cayó solo. Como era algo que solía ocurrir, intenté ignorarlo. El chico arqueó un poco las cejas y comprendí que estaba salvada. No toco el acordeón ni tengo una litera, pero sí tengo estos cojines. Se mueven solos. Abrí la puerta y se marchó sin despedirse."

Miranda July, Nadie es más de aquí que tú.
(Traducción del inglés por Silvia Barbero, Seix Barral, 2009)

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