domingo, 1 de febrero de 2009

RESACA - (O "yo ♥ dugongos"...)


"Cuando los vecinos se referían a la casa del número diecisiete lo hacían sólo en voz baja. Todos conocían de sobras los gritos, portazos y el estruendo de objetos rotos que salían de ella. Pero una calurosa noche de verano ocurrió algo mucho más interesante: la aparición de una gran animal marino en el jardín frente a la casa.
A media mañana, todos los vecinos habían visto ya a esa criatura misteriosa, que respiraba acompasadamente, cuando salieron a comprar el periódico. Naturalmente, se reunieron alrededor para verlo mejor.
- Es un dugongo - dijo un niño pequeño -. El dugongo vive en el océano Índico y es un mamífero raro que está en peligro de extinción, de la orden de los sirénidos, familia dugongidae, género dugong, especie D. dugong.
Nada de todo eso explicaba que hubiese aparecido en en su calle, a no menos de cuatro quilómetros de la playa más cercana. En cualquier caso, los vecinos se ocuparon simplemente de atender al animal varado con cubos de agua, mangueras y mantas mojadas, tal y como habían visto hacer en la tele con las ballenas.
Cuando la pareja joven que vivía en el número decisiete salió finalmente de casa para ver qué pasaba, con la mirada nublada y confusa, su impulso inmediato fue el enfado y el reproche.
- ¿Esto es lo que entiendes por una broma? - se gritaban el uno al otro, y también a alguno de los vecinos. Pero pronto se callaron, desconcertados, impotentes ante lo absurdo de la situación. No podían hacer nada más que unirse a las tareas de rescate: encendieron los aspersores del jardín y llamaron al servicio de emergencias competente, si es que existía (algo que debatieron durante un buen rato, mientras se arrancaban el uno al otro el teléfono de las manos).
Mientras esperaban a los expertos, los vecinos se turnaron para acariciar y tranquilizar al dugongo. Le hablaban a la altura del ojo, que parpadeaba lentamente - todos se sorprendieron de verlo tan profundamente triste - y apoyaban la oreja contra su piel húmeda y cálida para oír un sonido tenue y lejano, pero por lo demás indescriptible. La llegada del camión de rescate fue casi una interrupción inoportuna, con las luces intermitentes naranjas, con los operarios del ayuntamiento de chaquetas fluorescentes que le decían a todo el mundo que se apartara del lugar. Su eficiencia era impresionante: tenían incluso una especie de grúa y una bañera lo suficientemente grande para acoger a un mamífero marino de dimensiones considerables. En cuestión de minutos cargaron al dugongo en el vehículo y se lo llevaron, como si las situaciones de ese tipo fueran su pan de cada día.
Más tarde, esa misma noche, los vecinos cambiaban impacientemente de canal para ver si decían algo sobre el dugongo, pero al ver que no era así llegaron a la conclusión de que posiblemente todo aquello no había sido tan extraordinario como a ellos les había parecido.
La pareja del número diecisiete empezó a gritarse de nuevo, esta vez porque habría que arreglar el jardín. El césped que había debajo del dugongo había quedado increíblemente amarillo y mustio, como si la criatura hubiera estado allí durante años y no tan sólo unas horas. Entonces la discusión pasó a otro tema completamente distinto, y un objeto, probablemente un plato, impactó contra una pared.
Nadie se fijó en el niño que, con una enciclopedia de zoología marina en los brazos, salió de la puerta delantera de la casa, se acercó a la mancha de césped descolorido con forma de dugongo y se tendió justo en medio, decidido a quedarse allí mientras pudiera, con los brazos pegados a los costados, mirando las nubes y las estrellas hasta que sus padres se dieran cuenta de que no estaba en su habitación y salieran a buscarlo gritando, enfadadísimos. Qué raro fue, entonces, cuando finalmente aparecieron sin hacer ruido, sin brusquedad. Qué raro fue sentir sólo unas manos que, con mucha ternura, lo levantaban del suelo y lo llevaban de vuelta a la cama."

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