viernes, 16 de marzo de 2007

Rojo: 1.

Ojo.
Rojo.
Hoy comienza la etapa de los sueños colorados. De los ojos enrojecidos por el insomnio. O por los excesos oníricos.
No puedo dormir a oscuras.
Cuando era pequeña tenía una de esas lamparitas-peter-pan, ¿las que indican el camino de vuelta a casa a los Niños Perdidos? (creo que esto me lo estoy inventando, cretina de mí…), una de esas con algún dibujito, pegada al enchufe de la pared. Un día se fundió en mitad de la noche y yo me desperté de pronto, sin saber por qué, y me descubrí sumergida en una oscuridad total. Oía ruidos en la casa, lejos, seguramente al otro lado del infinito pasillo. Alguien caminando, con el sigilo de una sombra enlutada. Negro fundido, negro, negro. Paralizada por el peso de la oscuridad y de un recién adquirido repertorio de monstruos y fantasmas, no sólo fui incapaz de la más mínima acción, sino que me meé en la cama.
Y no pegué ojo el resto de la noche.
A la mañana siguiente descubrieron mi miedo y mi vergüenza y mi cansancio cuando fueron a buscarme para ir al colegio.
Mi abuela me dejó dormir toda la mañana, con la persiana subida y la ventana abierta de par en par. Mientras tanto ella fue a hacer la compra, y cuando desperté, había una nueva lamparita reluciente encendida en la habitación, brillando acobardada por el sol del mediodía.
Desde entonces, puedo soportar la incertidumbre de las sombras (crecí, cretina de mí) y ya no necesito lamparitas señalizadoras. Pero cuando me acuesto a oscuras me agarra una especie de cistitis irremediable y me paso la noche levantándome para ir a mear sin tener realmente necesidad de hacerlo.
Y no pego ojo.
Rojo…

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