A lo largo de los últimos años de mi vida, he perdido ingentes cantidades de tiempo sentada delante de un ordenador, fisgoneando las vidas ajenas exhibidas sin complejos ni traumas en este cajón de sastre que es Internet. He sido testigo silenciosa de noviazgos que se han iniciado públicamente a través de blogs y redes sociales, me he conmovido al reconocer los rasgos de gente que no conozco personalmente en las caras de ¡sus hijos!, con los que no jugaré jamás, pero cuyos álbumes de fotos están al alcance de mi curiosidad. Me he indignado ante la falta de pudor y el exhibicionismo imperante. Y hasta he sufrido duelos por muertes reales de personas que nunca dejaron de ser un ente virtual al otro lado de la pantalla.
Internet es raro.
No: yo soy vieja y todo se me vuelve extraño.
No: yo soy vieja y todo se me vuelve extraño.
Y ahora estoy escribiendo aquí, ¡en un blog! por prescripción facultativa. Es el propósito de Año Nuevo, mi psicoanalista me recomendó que iniciase un proceso de introspección a través de la escritura. Y yo he llegado a la conclusión de que tengo que compartirlo, porque de otra forma no tendría el mismo resultado, ya que soy muy capaz de escribir mamotretos inexpugnables que después se extravían para siempre en los cajones. O en las entrañas del ordenador.
La idea es formar parte de un círculo social que no me comprometa a cosas que no esté dispuesta a hacer (ir de cañas, por ejemplo: no, gracias), pero que me permita exponer una parte de mí que necesita ser higienizada, por decirlo de alguna manera.
Supongo que tendré que hacer pública la dirección de este blog, entonces, para que haya feedback.
Pero, realmente, ¿a quién le va a interesar leer las insignificancias que acontecen en mi vida?
Supongo que a mí misma me interesaría, si se tratase de la vida ajena de alguien a quién ni conozco ni conoceré jamás.
Bueno, veremos si soy capaz de mantener el propósito.
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